Martín era un
humilde zapatero de un pequeño pueblo de montaña. Vivía solo. Hacía años que
había enviudado y sus hijos habían marchado a la ciudad en busca de trabajo.
Martín, cada
noche, antes de ir a dormir leía un trozo de los evangelios frente al fuego del
hogar. Aquella noche se despertó sobresaltado. Había oído claramente una voz
que le decía. ‘Martín, mañana Dios vendrá a verte’. Se levantó, pero no había
nadie en la casa, ni fuera, claro está, a esas horas de la fría noche...
Se levantó muy temprano y barrió y adecentó su taller de zapatería. Dios debía encontrarlo todo perfecto. Y se puso a trabajar delante de la ventana, para ver quién pasaba por la calle.
Al cabo de un rato
vio pasar un vagabundo vestido de harapos y descalzo. Compadecido, se levantó
inmediatamente, lo hizo entrar en su casa para que se calentara un rato junto
al fuego. Le dio una taza de leche caliente y le preparó un paquete con pan,
queso y fruta, para el camino y le regaló unos zapatos.
Llevaba otro rato trabajando cuando vio pasar a una joven viuda con su pequeño, muertos de frío. También los hizo pasar. Como ya era mediodía, los sentó a la mesa y sacó el puchero de la sopa excelente que había preparado por si Dios se quería quedar a comer. Además fue a buscar un abrigo de su mujer y otro de unos de sus hijos y se los dio para que no pasaran más frío.
Pasó la tarde y Martín se entristeció, porque Dios no aparecía. Sonó la campana de la puerta y se giró alegre creyendo que era Dios. La puerta se abrió con algo de violencia y entró dando tumbos el borracho del pueblo.
– ¡Sólo
faltaba este! Mira, que si ahora llega Dios...– se dijo el zapatero.
– Tengo sed
–exclamó el borracho.
Y Martín acomodándolo
en la mesa le sacó una jarra de agua y puso delante de él un plato con los
restos de la sopa del mediodía.
Cuando el borracho marchó ya era muy de noche. Martín estaba muy triste. Dios no había venido. Se sentó ante el fuego del hogar. Tomó los evangelios y aquel día los abrió al azar. Y leyó:
– ‘Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste... Cada vez que lo hiciste con uno de mis pequeños, a mí me lo hiciste’
Se le iluminó el rostro al zapatero.
¡Claro que Dios le había visitado! ¡No una vez, sino tres veces! Y Martín,
aquella noche, se durmió pensando que era el hombre más feliz y afortunado del mundo...
El Adviento, es la esperanza de la venida de
Dios que de muchas formas nos visita.
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