martes, 18 de julio de 2017

SALIO EL SEMBRADOR A SEMBRAR...




“Por cada uno de nosotros, para que escuchemos y acojamos la semilla de la Palabra desde nuestra situación actual. Para que demos fruto abundante de buenas obras. Pidamos al Señor que nos envíe su Espíritu para que seamos colaboradores de la obra de Dios en el mundo”

1.- La "parábola del sembrador" se nos presenta, en nuestra vida espiritual, como una oportunidad de mirar nuestro interior, como un examen de conciencia, en el que se nos pide detectar y sondear, sin juzgarnos, cómo se encuentra nuestro corazón para acoger la Palabra, sembrada por Dios en nosotros y así poder dar fruto abundante.
Somos conscientes (al menos deberíamos serlo) que es el Señor quien siembra, quien lanza su semilla sin reparar en el terreno, sin seleccionar el corazón del ser humano, porque para Él todos somos válidos, nadie queda excluido en acoger y dar fruto.

2.- Al igual que el agricultor prepara el campo para que la semilla crezca y le proporcione el grano deseado, nosotros debemos de preocuparnos de nuestro interior, prepararlo y cuidarlo para que la Buena Noticia sea acogida, vivida y proclamada. Y todo ello desde nuestra situación actual, evitando las tentaciones y peligros que nos acechan, así como dando fruto en la medida de nuestras posibilidades unos 30, otros 60, otros 100.

3.- En “la parábola del sembrador”, se nos pone en guardia contra todo aquello que deja al corazón del ser humano debilitado para acoger, con fuerza, la Palabra. Se acentúa el no dejarnos seducir por los “afanes y riqueza del mundo” siempre contrarios al mensaje de Jesús de Nazaret.  Se nos invita a ser “constantes” en el Amor, en el trato con el Señor, así como a no “dejarnos robar” ni la esperanza ni la alegría.

4.- Llegados a este momento de la reflexión, nos preguntamos sobre el CÓMO. Surge inevitablemente una pregunta: ¿Cómo preparar el corazón para encontrarnos con el Señor, con su Palabra sembrada en nuestro interior?
Sin pretender dar una receta, pero si mirando a las primeras comunidades cristianas, podemos dar respuesta a la pregunta del cómo, con las acciones y vivencias de la primitiva Iglesia: “los discípulos eran constantes en la oración, participaban en la fracción del pan y todo lo tenían en común
El cristiano actual no pude ser ajeno a lo experimentado por los primeros discípulos de Cristo; de ahí, que también nosotros realicemos, en nuestra vida y desde nuestra situación concreta, lo que ellos nos enseñaron y que tiene como único fin el dar fruto y fruto abundante.

-      La oración perseverante (personal, familiar y comunitaria) nos ayudará, en el día a día, a ser constantes ante las dificultades y tentaciones de abandonar el campo a su suerte.

-     La vivencia de los sacramentos, especialmente la Eucaristía, nos ayudará a conservar y acrecentar la unión con Jesucristo. Para ello la celebración de la Eucaristía no puede ser entendida por el cristiano como una imposición-mandato sino, más bien, como una necesidad.

-      El ejercicio de la caridad nos ayudará a no buscar en este mundo el dinero, el poder y la fama como objetivo prioritario y satisfactorio. Nos ayudará a no sucumbir a los afanes, riquezas y aplausos terrenales, sino a dar fruto que permanezca, por medio de las buenas obras. Se hace necesario que descubramos en el “otro” a Jesucristo, de tal manera que sepamos ponernos en el lugar del otro en las diferentes circunstancias de la vida, sabiendo que el prójimo es Jesús. La misericordia será la nota característica

5.- Miremos la parábola el sembrador sin hacer un juicio sobre nuestras acciones y vida. No se pretende que al acercarnos a este mensaje de Cristo nosotros nos juzguemos, sino que detectemos el momento en el que nos encontramos, el estado del corazón.

¿Cómo es y cómo se encuentra la tierra donde el Señor lanza su semilla? ¿Qué es, realmente, lo prioritario en nuestro interior? 
¿Qué nos ayuda y qué nos dificulta, en la situación actual en la que nos encontramos, para acoger la palabra?... estas y otras preguntas similares nos ayudarán a bucear dentro de nosotros mismos para acrecentar lo bueno y rechazar lo que nos impide ser terreno fértil.  

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